No te esfuerces tanto en educar a tu hijo: 10 consejos para padres inseguros (y II)

No te esfuerces tanto en educar a tu hijo: 10 consejos para padres inseguros (y II)
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En la anterior entrega de este artículo os hablaba de algunos consejos sobre la crianza de los hijos que podrían resumirse en que sabemos menos de lo que parece, y que un exceso de cuidado en la crianza no redunda en una mejor crianza: incluso puede producirse el efecto contrario. Veamos los siguientes puntos:

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Actualmente, la balanza se inclina hacia el lado de la parentalidad comprensiva, amable, cariñosa y esencialmente permisiva con el niño, que acapara toda la atención de padres, amigos y allegados, en gran parte influidos por el libro de Spock, que también fue un reflejo de la postura popular a una reacción de alejamiento respecto a los modelos de parentalidad rígidos y autoritarios de los nazis y comunistas. Esta postura ha incrementado la culpabilidad paterna: cuando el hijo no se cría de la forma esperada, habida cuenta del esfuerzo invertido, la responsabilidad parece ser de los padres y no de otras circunstancias sociológicas o genéticas. Con todo, aún siguen vendiendo mucho autoras como Gina Ford, que defienden un sistema más estricto de crianza. Como veis, nada nuevo bajo el sol. Los expertos siguen sin ponerse de acuerdo, probablemente porque nadie es capaz de tener en cuenta todas las variables implicadas en la crianza de un niño.

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La mayoría de libros de parenting, sean de la rama autoritaria o de la algodonosa, no tienen en cuenta un hecho biológico indiscutible: que la genética tienen un papel importante, lo que produce un grado de individualidad en los niños que desarticula muchas de las recetas universales sobre crianza. Tal y como señala Bruno Bettelheim: “la paternidad es un arte al alcance de cualquier ser humano, no una habilidad que se aprenda escuchando a expertos en crianza infantil (…) Las observaciones científicas en bebés son como un espejo que refleja las preocupaciones y concepciones de aquellos que los estudian.”

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Hasta cierto punto, ambos modelos de crianza, continuamente en disputa, resultan irrelevantes. Los mejores experimentos para poner en evidencia este hecho son los realizados con gemelos univitelinos adoptados: a pesar de que criarse en entornos familiares distintos, sus comportamientos adultos eran semejantes. La cuestión puede plantearse también a la inversa: ¿por qué es tan frecuente que los niños de una misma familia sean tan distintos entre sí? Si bien los padres no tratan por igual a todos sus hijos, las distintas configuraciones genéticas también tienen algo que ver. Por ejemplo, un metanálisis realizado por Eric Turkheimer de todos los resultados de 43 estudios sobre gemelos y adopción realizados antes del año 2000 mostró que sólo un 2% de las diferencias conductuales se debían a la influencia de los padres. Los factores genéticos respondían alrededor de un 50% y los efectos ambientales aleatorios y específicos estaba detrás del 50 % restante.

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Si lo anterior no os parece suficiente, David Reiss llevó a cabo la observación más minuciosa y amplia de la influencia paterna que se haya realizado jamás: el NEAD (Entorno No Compartido en el Desarrollo Adolescente), financiado por el gobierno de Estados Unidos para esclarecer de una vez por todas quienes tenían más razón, si los que creían que la influencia paterna era fundamental o los que mantenían que no era tan importante. A partir de 1988 se examinaron a lo largo de 3 años a 720 pares de todo tipo de hermanos en la pubertad y procedentes de familias biparentales estables: gemelos idénticos, gemelos fraternales, hermanos carnales no gemelos, hermanastros y hermanos adoptados. El seguimiento se repitió 11 años más tarde, que incluyó entrevistas a ellos y a su padres. Tratar de saber la verdad mediante esta clase de estudios es difícil, porque en sociología hay demasiadas variables que no controlamos, pero es sin duda el acercamiento más científico del que tenemos constancia. Las conclusiones dejaron a los padres como algo secundario a todas luces, tal y como explica Tim Spector en Post Darwin:

El estudio NEAD confirmó que existía una correlación entre el trato de los padres hacia los hijos en la adolescencia (severo o laxo, cariñoso o indiferente) y su comportamiento posterior a esta etapa. Sin embargo, la razón subyacente para ello era genética, tanto en los genes de la madre como en los del hijo. Más aún: los mismos factores genéticos que influían sobre la severidad materna influían también en el comportamiento antisocial adolescente. Algo más del 70 por ciento de la correlación entre el trato de la madre hacia sus hijos y el comportamiento antisocial de éstos era atribuible a ciertos genes comunes aún por identificar. Tras realizar un seguimiento a lo largo de la adolescencia de los gemelos y hermanos estadounidenses más jóvenes, se encontró apenas una pequeña correlación entre el maltrato a una edad temprana y las conductas posteriores. Además, el mayor efecto que se observó no fue la reacción de los hijos hacia sus padres, sino la respuesta negativa de éstos frente a los genes de sus hijos maleducados.

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Es decir, que los niños son diferentes entre sí porque dotados de serie de una u otra manera. No son como tabulas rasas en los que podemos escribir lo que queramos. Y en función de su dotación biológica, los padres los tratarán en parte de una forma o de otra. No es tanto que el padre influya en el niño, sino que los genes del niño influyen en las respuestas del padre.

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Dicho lo cual, ¿importan los padres? Sí, pero simplemente como apoyo. Unos padres que ejerzan como tal, mostrando cariño, comprensión y cuidados elementales criarán a un niño normal, en términos generales. Incrementar o decrementar unos y otros factores produce efectos que aún están por determinar. No hay pruebas científicas sólidas sobre los efectos del número de abrazos que le damos al niño, la hora de acostarse, la rutina de las comidas, ver la televisión, lectura, palabrotas, período de amamantamiento, y un largo etcétera. Todos esos factores ni siquiera está claro que produzcan cambios importantes a largo plazo en el desarrollo de nuestros hijos o en su personalidad o comportamiento resultante. Hay pocas fórmulas mágicas. Y, por si fuera poco, una vez entradados en la pubertad, nuestros hijos dejan de percibir a sus padres como modelos de comportamiento: entonces son sus pares sexuales los que se erigen como tal.

Para un análisis más profundo sobre este tema, recomiendo La tabla rasa, del psicólogo cognitivo Steven Pinker, y El mito de la educación, de Judith Rich Harris: descubriréis que la forma en la que sois hoy en día es la suma de los genes de vuestros padres y el comportamiento de los adolescentes contra los que competíais para tener novia cuando erais adolescentes; y los adolescentes olvidan de un plumazo todo lo inculcado de niños que no lleven en sus genes o no refuercen los adolescentes con los que se relacionan.

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