La sala de Sarawak: la cavidad subterránea más grande del mundo

La sala de Sarawak: la cavidad subterránea más grande del mundo
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¿Queréis visitar la cámara subterránea más grande del planeta? Entonces deberéis viajar a la isla de Borneo, en el sudeste asiático, una isla gigantesca, la tercera mayor del mundo (tan grande como la Península Ibérica), habitada por 17,7 millones de personas; 2,2 millones de ellos son indígenas Dayak.

Sin embargo, la mayoría del territorio de Borneo está compuesto de una selva virgen prácticamente inexplorada, un mundo perdido en el océano Índico que, entre otras maravillas, alberga el segundo bosque tropical más extenso de la Tierra, después del Amazonas.

Un húmedo bosque con superávit de especies animales: 3.500 (muchas de ellas aún sin identificar). Otras tantas descubiertas hace muy poco. Por ejemplo, el pez gato, de dientes protuberantes y un vientre adhesivo que le permite pegarse a las rocas. O una rana arbórea de ojos verdes. O un pez miniatura, que se ha convertido en el segundo vertebrado más pequeño del mundo (mide menos de 1 centímetro de largo, así que es casi invisible a la vista). O el gato rojo de Borneo (que es rojo, claro).

También hay superávit de especies vegetales: existe, por ejemplo, una zona de 6,5 hectáreas que contiene más de 700 especies de árboles, cuando en un área forestal parecida situada en el norte de Europa sólo se hallarían unas 50 especies. Admás, únicamente uno de estos árboles, como el dipterocarpea, puede ser el rascacielos de lujo de 1.000 especies de insectos diferentes. Como véis, mucha más diversidad racial que en un anuncio de Benetton. Y es que el 6 % de toda la flora y fauna del planeta está aquí. Un vergel inimaginable en el que el ser humano es considerado un intruso, aunque entre sus altas montañas y caudalosos ríos pueden encontrarse pequeñas tribus que existen al margen de la civilización. La versión boscosa del epicentro triangular de las Bermudas.

En el centro de la isla, en la ciudad de Miri, se encuentra el Parque Nacional de Gunung Mulu. Como la mayoría de lugares especiales de Borneo, su acceso es prácticamente imposible. De modo que la opción más práctica es viajar hasta el parque en avioneta. Una de esas avionetas destartaladas y ruidosas que, a su paso sobre el bosque, origina la desbandada de miles de aves quizá aún desconocidas por la ciencia.

El promontorio más llamativo del parque es un pináculo de arenisca de 2.337 metros de altura, que asoma entre la fronda como un faro emergiendo de un océano verde. Bajo esta mole se halla el objetivo de nuestro viaje: la Sala de Sarawak.

Imaginaos la versión subterránea un laberinto tan inmenso que sería la envidia del Minotauro, un dédalo de cavernas y grutas de unos 295 kilómetros, la mayoría de ellas inexploradas por el hombre. Aunque está densamente poblada de una vida ciega, que aletea, se alimenta de sangre y emplea la misma tecnología de los submarinos para guiarse por la oscuridad: murciélagos. Millones de ellos. Una pesadilla para los más sensibles. El lugar predilecto de Batman para instalar su Batcueva.

Pero aún debemos ir un poco más abajo. Deberéis seguir el cauce del río que se adentra entre las profundidades de la cueva, un largo pasaje de 230 metros de altura que, en determinados segmentos, os obligará a sumergirnos en el agua o a hacer de funambulistas por cornisas no aptas para lo que sufren vértigo. Pero el tortuoso viaje vale la pena. Porque en el subsuelo de este laberinto del que no podríais salir nunca aunque estuvierais provisto del hilo de Ariadna, es donde se encuentra la cámara subterránea conocida como la cueva de la buena suerte, la Sala de Sarawak, la más grande de que la se tiene constancia en todo el mundo.

Y es que allí dentro podrían caber holgadamente 10 aviones Jumbo en línea. Las dimensiones de este mundo bajo tierra son apabullantes: 700 metros de longitud, 400 metros de anchura y unos 70 metros de altura. El mayor espacio cerrado conocido. Lo suficientemente grande como para diluir la sensación de claustrofobia que podría provocar el recordar que estamos atrapados en las entrañas de la tierra.

Fue descubierta hace relativamente poco: en enero de 1981. Quién sabe lo que se les habría perdido a allá abajo a Andy Eavis, Dave Checkley y Tony Blanco, los tres espeleólogos ingleses que dieron con ella. Pero la cuestión es que enseguida supieron que se encontraban ante algo realmente gigantesco cuando encendieron potentes lámparas en un extremo de la cámara y comprobaron que la luz no llegaba hasta la otra pared, devorada por la densa oscuridad. La historia de este fabuloso descubrimiento fue descrito en 1985 en el libro Mundo subterráneo de Donald Jackson.

Si en algún lugar pudiera existir de verdad la ciudad de ficción ideada por Italo Calvino, Isaura, en su novela La ciudad invisible, probablemente ese lugar sería Sarawak. Isaura (situada en algún lugar de Asia, según la novela) no tenía superpoblación de murciélagos, pero sí que estaba provista de mil pozos que sus habitantes excavaban verticalmente en busca de agua. Una ciudad donde existen dos religiones. Los que creen que los dioses habitan en las profundidades del lago subterráneo sobre el que se edificó la ciudad. Y los que creen que los dioses habitan en los cubos que ascienden colgados de la cuerda nada más emerger del brocal de los pozos, y también en las poleas, en las palancas de las bombas, en los caños verticales, en los sifones y demás. En Sarawak, los dioses probablemente habitarían en el interior de los chillones murciélagos que vuelan por doquier.

Después de Sarawak, las siguientes cámaras subterráneas por orden descendente de tamaño se hallan muy cerca de nosotros. La segunda más grande del mundo está en Cantabria-Vizkaia, la llamada Sala Gev, en la Torca del Carlista, en la que cabrían sin problemas de espacio las catedrales de Burgos y de Santiago juntas.

La tercera en tamaño es la Sala de Verna, en el Sistema de la Piedra de San Martín, en Saint Engrace, Francia, muy cerca de la frontera con España. Está a 700 metros de profundidad y tiene 190 metros de altura y 250 metros de anchura. Es tan grande que por su interior han volado en globo aerostático (proyecto desarrollado por una escuela politécnica francesa) y también ha construido una presa hidroeléctrica para sacar partido del caudal de una cascada, que proporciona energía a una población de 20.000 personas. En ella podrían alojarse 6 copias de la catedral de Notre Dame.

Vía | El Baúl de Josete

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