Pirita, el oro de los necios que brilla más que el oro, y otros elementos que engañaron a los buscadores de oro

Pirita, el oro de los necios que brilla más que el oro, y otros elementos que engañaron a los buscadores de oro
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A pesar de que la X nunca marca el tesoro en un mapa pirata, muchos de nosotros ha soñado alguna vez con lanzarse a la aventura para hacer fortuna. Quizá en busca de algún yacimiento de oro.

Sin embargo, hubo un elemento, la pirita, que parece que fue inventado por la naturaleza para hacer enloquecer a los buscadores de oro. No en vano, la pirita, disulfuro de hierro, es conocida como el oro de los necios.

El problema de la pirita para los buscadores de tesoros es que relumbra como un brillo incluso más dorado que el oro verdadero, como el oro de los dibujos animados o de los tebeos. Ese brillo fenicio es el que ha atrapado a muchos aventureros y buscadores, como el canto de las sirenas atrajo a la perdición a los marineros.

Pero de todas las hipnosis colectivas de oro que no era oro que ha sufrido la humanidad, probablemente la más extravagante fue la que tuvo lugar en 1896, en las agrestes tierras de la frontera del interior de Australia, uno de tantos lugares que aún se catalogan como desconocidos por la humanidad, junto a otros que podéis leer en ¿Ya no quedan lugares que descubrir en el mundo?. En aquel lugar no se encontró pirita, precisamente, sino lo que podríamos llamar “oro de los necios de los necios”.

La historia comienza con tres irlandeses que, en 1893, estaban cruzando el interior de Australia. Uno de los caballos, entonces, perdió una herradura a veinte minutos del campamento. A los pocos días, sin tener que cavar ni un centímetro en el suelo, había recogido casi cuatro kilogramos de pepitas de oro sin hacer otra cosas que caminar. En poco tiempo, cientos de buscadores se abalanzaron presos de la avaricia en lo que se vino a llamar el Hannan´s Find (el hallazgo de Hannan, que procedía del nombre de uno de los irlandeses, Patrick Hannan).

El problema es que había mucho oro. Sí, eso era un problema porque venían muchos mineros a buscarlo, pero en mitad del desierto es difícil traer suficientes suministros para sobrevivir. De hecho, algunos hicieron más negocio poniendo bares, prostíbulos y demás que excavando para encontrar oro. Para construir esta ciudad improvisada que abastecía a los buscadores de oro, los constructores se valían de los escombros de las propias excavaciones: con ellas fabricaban ladrillos, cemento y mortero.

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A los buscadores de oro no les interesaban los escombros, naturalmente, porque el oro es un metal solitario, no suele encontrarse mezclado en el interior de minerales o menas. Sin embargo, hay raras aleaciones en la que eso no ocurre. El único elemento que forma enlaces con el oro es el telurio. El telurio era peor que la pirita, porque se combina con algunos minerales para formar minerales como la krennerita o la calaverita. En particular, la calaverita tiene un brillo amarillento. Un brillo que podría acabar por llamar la atención de un buscador de oro desesperado.

De repente, en mitad de las tensiones por la escasez de suministros, empezaron a circular rumores sobre esa roca amarillenta de telurio que andaban extrayendo solo para tirarla. Primero, que podía contener trazas de oro; y segundo, que se descompone a altas temperaturas, por lo que separar el oro sería muy fácil. Lo explica así Sam Kean en su libro La cuchara menguante:

La calaverita se había descubierto en Colorado en la década de 1860. Los historiadores sospechan que en un campamento alguien debió observar que las piedras con las que habían construido el círculo para la hoguera comenzaban a exudar oro. Historias como ésta no tardaron en llegar Hannan´s Find. El caos comenzó el 29 de mayo de 1896. Parte de la calaverita utilizada para construir Hannan´s Find contenía catorce kilos de oro por tonelada de roca, así que los mineros no tardaron en intentar hacerse con todas las rocas que pudieran encontrar. Comenzaron por atacar las pilas de escombros, buscando entre ellos las rocas desechadas. Cuando los escombros quedaron limpios, fueron a por la propia ciudad. Los baches que habían sido reparados volvieron a ser baches; las aceras fueron arrancadas a golpe de cincel; y cabe imaginar que el minero que construyó la chimenea y el hogar de su nueva casa con ladrillos con telurio de oro no debió ponerse demasiado sentimental en el momento de tirarla abajo.
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