Ken Uston: el hombre que dominó totalmente el videojuego Pac-Man

Ken Uston: el hombre que dominó totalmente el videojuego Pac-Man
Facebook Twitter Flipboard E-mail

Es curioso cómo descubrí a este personaje. Fue mientras conducía de noche: en la radio capturé de casualidad un fragmento de su historia, justo cuando señalaban que Ken Uston dominó el Pac-Man, pero que también vivió una historia que Hollywood podría adaptar cualquier día: estafas, disfraces estrafalarios, blackjack…

Cuando llegué a casa, ya había olvidado su nombre. Y días después, incluso los detalles de su biografía. Pero todavía seguía pensando en él: ¿quizá podría incluirlo como personaje en alguna de mis novelas? En cualquier caso, algún día intentaría averiguar más sobre él.

La cuestión es que el azar me trajo de nuevo la biografía de Uston, justo sobre mis manos, en forma de regalo. Un libro en inglés manoseado por las manos del tiempo, cuyo título podría traducirse así:

Dominando el Pac-Man. Patrones, trucos y estrategias para doblar, triplicar y hasta cuadriplicar tu puntuación en el juego que está arrasando el país.

Aquel libro lo había escrito Ken Uston.

Ken Uston era el sobrenombre de Kenneth Senzo Usui, un estadounidense de padre japonés y madre austriaca que poseía un coeficiente de inteligencia de 169. Una mente brillante que se convirtió en un genio matemático precoz, siendo el alumno más joven de la universidad de Yale.

Por azares del destino (como los que me llevaron a descubrir su biografía), Uston se dio cuenta de que poseía una extraordinaria habilidad para contar cartas en el juego del Blackjack. En la década de los setenta, tras visitar varios casinos de Las Vegas, obtuvo ganancias estimadas en cientos de miles de dólares.

Más tarde, Uston formó un equipo de jugadores dirigido por intercomunicadores y arrasaron en Atlantic City, embolsándose millones de dólares. Tanto es así, que los casinos de medio mundo se aliaron para prohibir la entrada de Uston en sus instalaciones.

Uston les demandó en los tribunales, arguyendo que ningún casino estaba legitimado para vetar el acceso a un cliente en relación a sus capacidades mentales. Gracias a esta demanda, el Tribunal Supremo de New Jersey dictaminó que el conteo de cartas, al ser únicamente una habilidad que emergía de la mente humana, sin intervención de dispositivos electrónicos o de otras ayudas, no podía ser prohibido por los dueños de los casinos.

Ello obligó, entonces, a endurecer las condiciones de aquel juego de naipes, y también a seguir de cerca la figura de Uston. Pero él continuó desplumando la banca de todos los casinos que pisaba, y para ello comenzó a actuar en solitario, recurriendo a toda clase de esperpénticos disfraces, imitando acentos, gestos, tics nerviosos, como un profesional de la interpretación.

Paralelamente, tras haberse erigido como el mejor jugador de Blackjack de la historia, empezó a fascinarse por los primeros videojuegos que aparecieron en el mercado, como el Pong. En 1980 ya era un experto en el Space Invaders, del que escribió un libro donde ofrecía estrategias para obtener la máxima puntuación.

Pero, sin duda, el videojuego donde pudo aplicar mejor sus prodigiosas habilidades mentales fue Pac-Man. Con Pac-Man llegó más lejos que cualquier ser humano, desentrañando los secretos electrónicos que escondía aquella máquina. Acabó descifrando, incluso, los patrones de comportamiento de los diferentes fantasmas o monstruos: el rojo, al que apodaba Sombra; el rosa, al que apodaba Rápido; el azul, al que apodaba Tímido; el naranja, al que apodaba Bromista.

Sus ojos efectuaron un diagrama mental de aquel tablero de píxeles cubierto por los 240 puntos que Pac-Man debía ingerir, calibrando la importancia de cada punto especial de energía, que (en las pantallas primigenias) convertían a Pac-Man en un depredador de color azul oscuro, como si se hubiera bebido el brebaje del doctor Jeckyll.

Pero llegó un momento en que ya no pudo ir más lejos en el juego. Parecía existir un tope máximo impuesto por la programación de la máquina. Uston estuvo a punto de rendirse. Hasta que en San Francisco se cruzó con dos muchachos chinos, Tommy y Raymond, que le ofrecieron algunas claves para obtener una puntuación superlativa en el Pac-Man. Después de recibir las lecciones de aquellos dos enigmáticos personajes, Uston superó su propia marca y, en sólo cuatro días, escribió el libro que ahora permanece en mi biblioteca.

Quizá soy demasiado aventurado, pero me gusta imaginarme que Tommy y Raymond, cuando se toparon por Uston, vestían sendas camisetas negras con letras blancas en la pechera, en las que se leía la conjetura de Poincaré sobre la existencia de variedades tridimensionales sin borde con un grupo de homotopía nulo que no fueran homeomorfos a la esfera en cuatro dimensiones.

Quién sabe.

Comentarios cerrados
Inicio