El botiquín de nuestra casa (II): la vaselina

El botiquín de nuestra casa (II): la vaselina
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La vaselina, esa gelatina traslúcida, tuvo innumerables usos en el pasado.

Por ejemplo, los pescadores untaban de vaselina sus anzuelos para atraer a las truchas. Las actrices de teatro se la aplicaban en las mejillas para simular lágrimas. Los nativos del Amazonas cocinaban con ella, la comían untada en pan e incluso usaban tarros de vaselina como moneda. Debido a que resiste la congelación, el explorador del Ártico Robert Peary la llevó consigo al Polo Norte para protegerse la piel de escoriaciones, y para preservar su equipo mecánico contra el óxido.

La vaselina fue inventada por Robert Augustus Chesebrough, un químico de Brooklyn que tuvo una vida muy longeva (96 años) que él atribuyó a que tomaba una cucharada de vaselina cada día.

En 1859, Chesebrough no buscaba un nuevo ungüento sino una manera de librarse de la quiebra. En una época en la que el queroseno era una fuente importante de energía doméstica e industrial, su negocio basado precisamente en este combustible, se veía amenazado por el petróleo, mucho más barato, procedente de los grandes hallazgos de Pennsylvania.

Chesebrough se trasladó hasta aquí para sacar tajada del petróleo, pero su curiosidad se vio atrapada por un residuo pastoso, parecido a la parafina, que se adhería a las perforadoras e incluso llegaba a paralizarlas. Nadie sabía de la naturaleza química de esta sustancia pero todos les dedicaban toda clase de insultos. Aunque los obreros descubrieron que aplicada a una herida o quemadura, la pasta aceleraba su curación.

Así que Chesebrough regresó a Brooklyn sin un dólar pero con varios tarros de este misterioso producto secundario del petróleo. Pasó varios meses experimentando, durante los cuales intentó extraer y purificar el ingrediente esencial de la pasta.

Este ingrediente resultó ser una sustancia transparente y suave, que llamó “gelatina de petróleo”. Para probarla, él mismo se practicó cortes, arañazos y heridas, descubriendo que su sustancia resultaba curativa, con rapidez y sin infección.

En 1870, Chesebrough empezó a fabricar, por primera vez en el mundo, su Vaselina Petroleum Jelly. Al ser una mezcla presentaba un punto de fusión no definido, observándose un reblandecimiento en las proximidades de los 36 °C y completándose el paso al estado líquido sobre los 60 °C. El punto de ebullición estaba sobre los 350 °C.

El término provenía del alemán Wasser (=agua) + griego elaion (=aceite). Aunque también hay otra versión etimológica, tampoco desmentida por Chesebourgh:los amigos del químico aseguraban que al intentar purificar la sustancia usó jarros de flores (vases) de su esposa como recipientes de laboratorio. A la palabra vase le añadió un popular sufijo médico de la época: line.

Al empezar el siglo XX, la vaselina ya figuraba en todos los botiquines familiares. Chesebrough había transformado un producto de deshecho, pegajoso y molesto, víctima de los insultos más procaces de los obreros del petróleo, en una industria multimillonaria.

Vía | Las cosas nuestras de cada día de Charles Panatti.

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