Cambiar o no cambiar el mundo. He ahí el dilema (y III)

Cambiar o no cambiar el mundo. He ahí el dilema (y III)
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Y ¿entonces? ¿Debemos volver todos a la vida primitiva? Demasiado tarde. No nos queda otra que seguir adelante, tanto los exencionalistas y ambientalistas, en busca de un aumento de recursos y calidad de vida para el mayor número de personas posible (dado el crecimiento demográfico descuidado), y hacerlo con la mínima dependencia protésica.

Uno de los objetivos ambientales prioritarios deberá ser, inevitablemente, el reducir la huella ecológica a un nivel que pueda ser sostenible por el frágil ambiente de la Tierra.

Gran parte de la tecnología que se precisa para alcanzar esta finalidad puede resumirse en dos objetivos. La descarbonización en el paso desde quemar carbón, petróleo y leña a fuentes de energía esencialmente ilimitadas, respetuosas con el ambiente, como las células de combustible, la fusión nuclear y la energía solar y eólica. La desmaterialización, el segundo concepto, es la reducción en volumen del equipo físico informático y de la energía que consume. Todos los microchips del mundo, para poner el ejemplo contemporáneo más estimulante, pueden caber en la sala que albergaba el ordenador electromagnético Harvard Mark 1 en el alba de la revolución informática.

A modo de corolario, pues, podemos afirmar que la visión exencionalista (la que poseen muchos economistas profesionales, por ejemplo) plantea modelos de supervivencia que ignoran en gran parte el comportamiento humano tal y como lo entienden la psicología y la biología contemporáneas.

Tal vez tengan razón, y los seres humanos que nacerán después de nosotros serán capaces de vivir en mundos tan abstractos como los que ellos describen. Sin embargo, la biología cada vez deja más patente que somos animales, que aún conservamos muchas trazas de nuestras época de las cavernas, y que irnos demasiado lejos de ellas sencillamente sería demasiado traumático para nosotros (por ejemplo, los sentimientos, el coco de muchos exencionalistas, cada vez se revelan como más fundamentales para la salud mental y física del ser humano: la razón pura es imposible, y negativa, en un soporte biológico como el que poseemos).

Así pues, tal vez aspirar a ser morlocks nos queda demasiado grande para lo que, en esencia, somos. Ser simplemente elois, también podría perjudicar otra de nuestros instintos más fundamentales: la búsqueda, el conocimiento, la curiosidad, alcanzar lo inalcanzable.

Cuando era más joven aspiraba a ser morlock. Ahora no aspiro a ser elois, sino a ser un eloi que se permite tener pequeños momentos morlock. De momento, ahí es donde he encontrado mi equilibro, y creo que es el equilibro que también sería necesario en el ser humano como colectivo. Quizás me equivoque, y quizás en unos años volveré a desplazarme a uno u otro lado del espectro.

Así que ahí abajo están los comentarios para que digáis la vuestra.

Vía | Consilience de Edward O. Wilson

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