El Dios Frumm y otras religiones y mitos delirantes (I)

El Dios Frumm y otras religiones y mitos delirantes (I)
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Examinar mitos y religiones diferentes y, a poder ser, minoritarias, nos permite reflexionar mejor sobre los propios. Y no sólo eso: también nos permite entender mejor cómo funciona el método científico y la conveniencia de no llenar las lagunas de ignorancia con presuposiciones provincianas, como sucedió en el nacimiento de los cultos Cargo.

Pero de los cultos Cargo os hablaré en la siguiente entrega de este artículo. Primero viajemos a uno de los lugares más saturados de religiones y mitos extraños: el delta del Mekong.

Un vistazo a…
La ciencia detrás del sueño y los efectos en nuestro cuerpo

El delta del Mekong, en Vietnam, es un escenario fluvial repleto de habitantes pintorescos e innumerables mercados flotantes construidos sobre barcazas de madera gastada. Allí podéis contemplar las islas del Unicornio, de la Tortuga y del Fénix, en un pintoresco río donde todo es posible, al igual que ocurría en el escenario fluvial por el que remontaban los personajes de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas, mientras resonaba la voz del coronel Kurtz, el horror, el horror.

Un enclave donde la superstición es uno de los más fundamentales principios rectores, tal y como refiere Christopher Hitchens en su ensayo sobre la religión Dios no es bueno:

Los antiguos reyes de Camboya averiguaron el día en el que todos los años los ríos Mekong y Bassac empezaban a desbordarse de repente, a confluir y, bajo la terrible presión del agua, parecían invertir en realidad su curso para regresar al lago Tonlé Sap. Relativamente muy poco después, empezó a celebrarse una ceremonia en la que aparecía el líder debidamente escogido por la divinidad y parecía ordenar a las aguas que retrocedieran. En la orilla del mar Rojo Moisés sólo pudo quedarse boquiabierto ante una cosa semejante. (En épocas más recientes, el rey Sihanuk de Camboya, amante del espectáculo, explotó este milagro natural con unos efectos considerables.)

Como si la realidad no fuese reflejada por la superficie de un espejo sino por los fragmentos de un cristal roto, en la isla del Fénix asistiréis a una ceremonia del Monje de los Cocos, llamado así porque durante tres años se alimentó sólo de cocos.

El nombre real de este personaje era Nguyen Thanh Nam, que, tras estudiar Física y Química en Francia, se había retirado a aquella isla para fundar una religión que era una mezcla de cristianismo y budismo. En su honor, en la década de 1960 se construyó un santuario kitch, con nueve columnas de hormigón, tantas como brazos tiene el río, con dragones enroscados, y una reproducción de un cohete Apolo en medio de las estatuas de Buda.

Esta introducción de elementos futuristas en culturas antiguas y tradicionales me recuerda a aquel astronauta que apareció en verano de 2005 en Burkina Faso, África, dando origen a toda una corriente artística nueva entre las tribus que jamás habían oído hablar de los astronautas ni de la posibilidad de viajar por el espacio exterior.

Este astronauta en realidad no era tal, sino un artista italiano llamado Marco Boggio que enseñó a los nativos fotografías y libros de astronomía enfundado en su traje espacial a fin de que los artesanos locales llevaran a cabo sus obras inspirados por todas estas revelaciones de ciencia ficción.

Las obras resultantes se expusieron en Nueva York bajo el título Dreams and Nightmares of the African Astronauts (Sueños y pesadillas de los astronautas africanos). Unas obras de arte que no diferirían mucho de las concebidas por nuestros antepasados si hubieran sido visitados por alienígenas.

Tal y como se debieron sentir los primitivos aborígenes que concibieron los cultos Cargo, de los que os hablaré en la siguiente entrega de este artículo.

Vía | Dios no es bueno de Christopher Hitchens

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