¿Quién lava más los platos? La memoria selectiva en acción

¿Quién lava más los platos? La memoria selectiva en acción
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Ay, qué difícil es la convivencia. Aquéllos de vosotros que compartís piso, vivís en pareja o incluso os acordáis de vuestra vida en casa de los papis me entenderéis cuando os formule la siguiente pregunta: ¿Quién lava más los platos? ¡Hoy te toca a ti! ¡No, a ti! ¡El lunes fregué yo! ¡Mentira!

Y así hasta que cada una de las partes cree tener la razón.

El germen de estas desavenencias reside en nuestro cerebro, en nuestra forma de procesar la información. Más concretamente, en nuestra memoria selectiva. Y es que lo precario de nuestra memoria es, qué duda cabe, el origen de la mayor parte de las fricciones sociales cotidianas.

Cuando discutimos sobre quién lava los platos generalmente en casa, no podemos evitar recordar con más claridad las veces que hemos fregado nosotros. Esto sucede porque nuestra memoria está organizada para concentrarse principalmente en nuestra propia experiencia. Y sólo ocasionalmente compensamos este desequilibrio.

Muchas expresiones de superioridad moral también se fundan en esta clase endeble de memoria.

Los estudios demuestran que prácticamente en cualquier empresa de colaboración, desde las tareas domésticas hasta la elaboración de trabajos académicos con colegas, la suma de la contribución percibida por cada individuo supera el total del trabajo realizado. No recordamos lo que hicieron los demás tan bien como recordamos lo hecho por nosotros, y eso nos lleva a todos (incluso a los holgazanes) a tener la impresión de que los demás se han aprovechado de nosotros.

Si fuéramos un poco más conscientes de esta debilidad, tal vez seríamos más generosos con los demás… y nos fiaríamos un poco menos de nosotros mismos.

Por supuesto, yo creo que, en este artículo, mi contribución es mayor (y mejor) que la aportada por la fuente que he consultado. Maldita memoria. Para compensar, ahí va otro fragmento de Gary Marcus:

solemos considerar los recuerdos más recientes, o los que afloran que cualquier otro dato. Observemos, por ejemplo, una experiencia que tuve hace poco mientras conducía por la carretera y me preguntaba a qué hora llegaría al siguiente motel. Cuando el tráfico avanzaba con fluidez, pensaba: “Vaya, voy a ciento veinte por la interestatal; llegaré dentro de una hora.” Cuando la circulación empezó a ser más lenta debido a unas obras en la calzada, me dije: “Oh, no, tardaré aún dos horas”. Lo que me resultaba imposible, por cómico que parezca, era calcular simultáneamente la media entre dos puntos en el recorrido, y concluir: “A veces el tráfico circula bien, a veces va más despacio. Preveo una mezcla de condiciones buenas y malas, así que seguro que tardaré una hora y media.

Vía | Kluge de Gary Marcus

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