Un Tramo de Concentración de Accidentes es aquél en el que el número de accidentes es significativamente mayor que la media de accidentes ocurridos en otros tramos de características similares en un periodo de 5 años. Estos tramos deben tener al menos 1 kilómetro de longitud. Sin embargo, un punto negro es un tramo de una longitud de 100 metros en el que el número de accidentes registrados en el periodo de 1 año es 3 o más.
Esto significa que, aunque los puntos negros pudieran ser suprimidos algún día gracias a una infraestructura de lujo y unas habilidades de los conductores dignas de El coche fantástico, los TCA siempre existirán. A no ser que ocurra un milagro: que no vuelva a producirse jamás un accidente de tráfico.
Para simplificar vamos a llamar puntos negros a todos esos tramos de carretera en cuyo arcén podemos distinguir una cruz de PVC o un ramo de flores, a modo de recuerdo de los allí fallecidos. Un punto negro puede ser una curva mal diseñada, un espacio con escasa iluminación, una vía con señalización inadecuada por exceso o por defecto, con el firme deteriorado, obstáculos inesperados, arcenes insuficientes o cruces peligrosos y sin visibilidad. Un punto negro también puede formarse debido a una particularidad geográfica o social: una discoteca al borde de una carretera que provoca cada noche el consumo de alcohol, una zona agrícola en la que circulan tractores que ensucian la vía de traicionero barro, un sitio donde entrenan ciclistas, incluso un grupo de molinos quijotescos que despistan la atención.
Fomento, en 2009, señaló que existen 776 tramos de alta siniestralidad en la red vial española, que posee 166.216 kilómetros.
La carretera de la muerte
Pero ¿dónde está el punto negro más mortífero del mundo? ¿Dónde se halla la carretera que jamás deberéis recorrer sin antes haberos provisto de una buena colección amuletos y una surtida caja de biodraminas? Se encuentra en la capital de Bolivia, La Paz, en los Andes, la capital de un estado a mayor altitud del mundo.
Y es que la carretera de marras posee 69 kilómetros, 4 metros de ancho excavado en la roca viva (aunque la mayoría de tramos no alcanzan ni los 3 metros), un desnivel de 3.600, una inestable pared de la que cuelgan lianas a un lado y un precipicio de 300 metros al otro, un precipicio desprovisto de guardarraíles o cualquier otra medida de seguridad; y cada día la cruzan camiones y llamas. El único segmento llano de carretera debe de estar expuesto en un museo e iluminado convenientemente.
Para añadir más complicación, en la carretera de los Yungas se respira cierto aroma british, al menos en lo que se refiere a modelo de conducción: aunque en toda Sudamérica se conduce por la derecha, en esta carretera se hace por la izquierda. Esta particularidad se ha impuesto para permitir que los barrancos queden en el lado del conductor y que a éste le resulte más sencillo calcular las distancias y apurar al máximo el espacio disponible: literalmente, en ocasiones, las ruedas de un lado del coche giran sobre el vacío para dejar paso a los vehículos que circulan en dirección contraria, que también deben rozar la roca de la montaña con sus parachoques, sobre todo si se trata de camiones y autobuses.
La carretera empezó a construirse en los años 1930 gracias a la mano de obra de prisioneros paraguayos que Bolivia capturó durante la Guerra del Chaco. En aquel entonces era el único camino para acceder al norte del país desde La Paz, de modo que incluso podían formarse congestiones de tráfico. Actualmente, aunque existen otras alternativas, la carretera se usa lo suficiente como para que cada año se registren una media de 200 muertos por accidente de tráfico. Por eso no es extraño que cada pocos metros nos crucemos con una cruz en la vera del camino que nos va recordando que en cualquier momento puede tocarnos a nosotros. Sólo entre 1999 y 2003 se registraron en esta vía 98.728 accidentes que dejaron un saldo de 678 muertos. Desde 2006, con a abertura de otra carretera que une La Paz y Coroico, se ha reducido más todavía el tráfico de los Yungas. Pero los vehículos, contra todo pronóstico, siguen usándola, incluidos los autobuses de una línea regular.
Una carretera que jamás debería pisar un amaxofóbico, aquellas personas que perciben el tráfico rodado como una amenaza, y a los demás conductores como individuos peligrosos e inestables; eso les produce sudores, taquicardias, mareos, malestar estomacal, agarrotamiento muscular y, en general, todos los síntomas de la ansiedad. Un estudio de 2005 del Instituto Mapfre de Seguridad Vial estimó que el 64 % de las mujeres y el 36 % de los hombres que conducen padecen esta fobia. Si entráis dentro de la estadística, ya sea porque padecisteis una situación estresante de tráfico que os produjo un ataque de pánico o un miedo a conducir tras sufrir o presenciar un accidente, ya lo sabéis: ni se os ocurra acercaros a la carretera de la muerte.