Escribiendo invisible

Escribiendo invisible
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A lo largo de la historia, muchos han sido las personas que han tratado de camuflar sus textos o volverlos invisibles ante determinadas personas. Hoy en día estamos lidiando con la criptografía cuántica, pero antaño se usaron múltiples técnicas, algunas de las cuales, si bien resultan rudimentarias, eran tremendamente ingeniosas.

Por ejemplo, el jugo de limón, como el que aparece en El nombre de la rosa. ¿Quién no ha escrito mensajes con zumo de limón para, luego, pasar una llama bajo el papel a fin de que el texto se volviera visible?

Por ejemplo, algunos de los mensajes secretos que enviaba Felipe II (1527-1598) se escribían empleando vitriolo romano (sulfato) pulverizado y mezclado con agua. El proceso era el siguiente: se escribía con este líquido sobre una hoja de papel y, a continuación, se escribía encima otro mensaje para despistar empleando una solución de carbón de sauce con agua.

Es decir, que si alguien interceptaba el papel y lo veía escrito no podía sospechar que bajo el texto había otro texto invisible con el mensaje real. Tal y como explica Gregorio Doval en Historias, engaños y timos de la historia:

Cuando el mensaje llegaba a su destino y se quería leer el texto secreto escrito con la solución de sulfato, se frotaba el papel con una sustancia llamada galla de Istria y así el texto oculto se hacía visible, mientras que lo escrito con la solución de carbón de sauce se oscurecía.

Otra técnica en la que no hace falta tomar papel sino un huevo duro es la siguiente: se mezcla alumbre con vinagre hasta obtener la consistencia de la tinta y se escribe el mensaje en la cáscara del huevo. Cuando la tinta se seca, nada se ve, pero algunas horas más tarde el mensaje (que debe escribirse con letras grandes) aparecerá en la parte blanca del huevo.

En otro libro, escrito por Graham y Hugo Greene (hermanos), El libro de cabecera del espía, también se desvelan otras técnicas empleadas por espías de todos los tiempos, quizá los más celosos de sus escritos.

Tómese una pluma limpia y mójesela en agua, o simplemente escríbase con la pluma seca sobre el papel. La pluma hará pequeños arañazos en el papel, invisibles a simple vista, pero fácilmente visibles con ayuda del microscopio. Puede también emplearse un baño de vapor de yodo. Para ello se toma un hornillo de metal, en el cual el yodo ha de mantenerse a la temperatura más baja en que permanezca evaporado. Se introduce la carta en el baño y, cuando se la retira después de algunos minutos, se habrán fijado cristales de yodo a lo largo de los minúsculos y ásperos bordes formados por el arañazo de la pluma.

Todos los jugos vegetales que contienen goma, mucílago, albúmina o azúcar (como el zumo de cebolla, de pera, de limón, de naranja, de manzana, etc.) pueden servir como tintas simpáticas. ¿Simpáticas? Sí, ésta es otra denominación de la tinta invisible. Andrés Trapiello en una novela titulada, precisamente, La tinta simpática, la describe metafóricamente:

Tal vez no somos más que una vida escrita con tinta simpática, entre renglones que todos pueden ver, hasta que un día la llama que creíamos extinguida va sacando datos, fechas, intenciones, afectos que nadie, ni nosotros mismos, sospechaba. Pero para entonces es siempre demasiado tarde. Porque la misma llama que saca a la luz nuestro vivir secreto, va quemando, destruyendo, lo que habíamos escrito hasta entonces a los ojos de todos.
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