¿Las cosas son cada vez más baratas o más caras? ¿Qué sería preferible? (I)

¿Las cosas son cada vez más baratas o más caras? ¿Qué sería preferible? (I)
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A pesar de lo contraintuitivo de esta idea (cuanto más consumimos, menos recursos finitos hay disponibles y, en consecuencia, los recursos son más caros), consumir más no implica necesariamente consumir más caro a largo plazo. También puede significar que las cosas son cada vez más baratas.

Esto es posible porque, al haber más consumidores, también hay más cosas, y al haber más consumidores dispuestos a consumir, también hay más personas dispuestas a crear productos que la gente pueda consumir.

Finalmente, acaban existiendo muchos más cerebros persiguiendo formas eficientes para producir más. (Algo similar a lo que ya ocurre con el consumo de alimentos: cuanta más demanda hay, más descubrimientos se realizan a fin de multiplicar los alimentos, incluso en situaciones en los que parecía que ya no quedaba nada más que comer: podéis leer más en profundidad estos casos en El día en que la escasez de caca de pájaro casi acaba con la humanidad).

La idea de que las cosas cada vez son más baratas adquirió una patina de apuesta de casino cuando el biólogo poblacionista Paul Ehrlich y el economista Julian Simon apostaron públicamente en septiembre de 1980 sobre el futuro de los precios de determinados productos.

En las páginas del Social Science Quarterly fueron recogidos los términos de la apuesta: Simon apostaba 10.000 dólares a que “el precio de las materias primas no controladas por el Gobierno (incluyendo cereales y petróleo) no subiría a largo plazo”. Erlich aceptó, apostando por justo lo contrario. La fecha límite para comprobar quién había ganado sería el 29 de septiembre de 1990, diez años después. Ehrlich pudo escoger metales para monitorizar sus precios: cobre, cromo, níquel, estaño y tungsteno.

La apuesta, tras descontar la inflación, fue ganada por Simon. Los precios no habían subido, a pesar de que la demanda sí lo había hecho: la población mundial, en esos diez años, se incrementó en más de 800 millones de personas, el mayor incremento en una década de toda la historia. Pero el cromo había pasado de vale 3,90 dólares la libra a valer 3,70. El estaño, que estaba a 8,72, pasó a 3,88.

Las razones de que Simon ganara la apuesta las amplía el editor de Wired Chris Anderson en su libro Gratis:

si un recurso se vuelve demasiado escaso y caro, suministra un incentivo para buscar un sustituto abundante, que desvía la demanda del recurso escaso (como la actual carrera por encontrar sustitutos del petróleo). Simon creía, y con razón, que el ingenio humano y la curva de aprendizaje de la ciencia y la tecnología tenderían a crear nuevos recursos con más rapidez de lo que los usamos.

A pesar de la victoria de Simon, sin embargo, la gente, en general, sigue pensando que tácitamente Elrich tiene razón. Quizá no ahora, pero acabará pasando (una idea que, por cierto, se lleva repitiendo desde hace más de un siglo y que siempre se queda obsoleta en cuanto se establece una fecha para el fin de los recursos).

Tal vez influya el hecho de que nuestra táctica de supervivencia reside en centrarnos en el riesgo de quedarnos sin provisiones, y resulta contraintuitivo aceptar que, tal y como están las cosas, una forma lícita para evitar la escasez consista precisamente en consumir más.

El problema es que una vez que algo se vuelve abundante, tendemos a ignorarlo, como ignoramos el aire que respiramos. Hay una razón por la que la economíaa se define como la ciencia del “reparto óptimo de recursos escasos”: en la abundancia no hay que tomar decisiones, lo cual significa que no tienes que pensar en ella en absoluto. Lo podemos apreciar en ejemplos de todo tipo. El antiguo profesor de ingeniería de la Universidad de Colorado, Peter Beckmann, señaló que “Durante la Edad Media, en algunas partes de Europa sin acceso al mar, la sal solía ser tan escasa que se utilizaba como “moneda”, al igual que el oro. Veamos lo que sucede ahora: es un condimento que se da gratis con cualquier comida, ya que es demasiado barata como para medirla.

En la próxima entrega de este artículo seguiremos abundando en ello.

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